sábado, 6 de julio de 2013

Elegía del artista

A ti que decidiste que ibas a dejar de lado cualquier oficio práctico o útil, que abandonaste los consejos de tu padre para que tomaras el camino del carpintero, el mecánico, el doctor, el albañil; que pensaste que no había nada de malo en atrapar la belleza para convertira en algo tuyo, déjame decirte que te equivocaste de vocación, aunque seguramente de eso ya te habrás dado cuenta.
Te dedico esta carta de despedida a tu cuerpo muerto, porque no se puede decir que tienes vida si sólo has sido creador de una charla que habla de lo otro que los demás sí han logrado, que tu manera de conmover nunca nació de tus propias manos, sino de la mierda que dejaste en las encrucijadas que te topaste, desde que un lienzo sólo te ha servido para que el resto miremos a otro lado con la esperanza de lavarnos la vista –y destruirnos la memoria ante tus horrendas pinceladas, copias de fotografías o historias mal contadas porque para ti todos son como el Hombre Elefante, con la diferencia de que le arrancaste la humanidad y le cambiaste el discurso para que éste afirmara “Yo soy un animal”.
Nos despedimos de tu pestilente existencia porque eres un criminal que sabía que no mejoraba el mundo, sino lo convertía en el mismo páramo deshabitado y seco, apenas con tierra a punto de cuartearse, a donde ni el Sol le dan ganas de pasearse por lo triste del paisaje. Te decimos hasta nunca porque quisiste arrastrarnos a tu miseria.
Nos enseñaste que hay más destrucción en tu “arte” que en tu rostro desfigurado, tus manos engarrotadas o la artritis de tu dignidad, que se tambalea con cada ligero soplido del viento, pues no soportas la belleza en otros.
Tuviste toda la razón para sentirte disminuido, ya que hasta para corromper hay que ser artista, no un monstruo más que pisa confundido los edificios porque no sabe dónde está su casa. Ni siquiera te diste cuenta de los escombros, que convertiste en hierba seca y que ahora el resto debemos cubrir con hectáreas más fértiles para que nuestros hijos no piensen que a nuestro alrededor sólo existió la absoluta miseria.
A ti, que muchas veces te creímos lejos en tu propio laberinto, te cerramos las salidas porque no podemos seguir tus pasos para borrarlos de todo lo que convertiste a nada. ¿Qué no tienes otra cosa que destruir, artista? ¿Ya te acabaste, también, tu aliento? Porque el nuestro se recupera de nuevo y no nos hace falta el tuyo.
Brindamos por tu adiós final, antes de tapiar la última de tus ventanas, desde no escucharemos más tu cacarear.