A ti que decidiste que ibas a dejar de
lado cualquier oficio práctico o útil, que abandonaste los consejos de tu padre
para que tomaras el camino del carpintero, el mecánico, el doctor, el albañil; que pensaste que no había nada de malo en atrapar la belleza para convertira en
algo tuyo, déjame decirte que te equivocaste de vocación, aunque seguramente de
eso ya te habrás dado cuenta.
Te dedico
esta carta de despedida a tu cuerpo muerto, porque no se puede decir que tienes
vida si sólo has sido creador de una charla que habla de lo otro que los demás
sí han logrado, que tu manera de conmover nunca nació de tus propias manos,
sino de la mierda que dejaste en las encrucijadas que te topaste, desde que un
lienzo sólo te ha servido para que el resto miremos a otro lado con la
esperanza de lavarnos la vista –y destruirnos la memoria– ante tus horrendas
pinceladas, copias de fotografías o historias mal contadas porque para ti todos
son como el Hombre Elefante, con la diferencia de que le arrancaste la
humanidad y le cambiaste el discurso para que éste afirmara “Yo soy un animal”.
Nos
despedimos de tu pestilente existencia porque eres un criminal que sabía que no
mejoraba el mundo, sino lo convertía en el mismo páramo deshabitado y seco,
apenas con tierra a punto de cuartearse, a donde ni el Sol le dan ganas de
pasearse por lo triste del paisaje. Te decimos hasta nunca porque quisiste
arrastrarnos a tu miseria.
Nos enseñaste
que hay más destrucción en tu “arte” que en tu rostro desfigurado, tus manos
engarrotadas o la artritis de tu dignidad, que se tambalea con cada ligero
soplido del viento, pues no soportas la belleza en otros.
Tuviste toda
la razón para sentirte disminuido, ya que hasta para corromper hay que ser
artista, no un monstruo más que pisa confundido los edificios porque no sabe
dónde está su casa. Ni siquiera te diste cuenta de los escombros, que
convertiste en hierba seca y que ahora el resto debemos cubrir con hectáreas
más fértiles para que nuestros hijos no piensen que a nuestro alrededor sólo
existió la absoluta miseria.
A ti, que
muchas veces te creímos lejos en tu propio laberinto, te cerramos las salidas
porque no podemos seguir tus pasos para borrarlos de todo lo que convertiste a
nada. ¿Qué no tienes otra cosa que destruir, artista? ¿Ya te acabaste, también,
tu aliento? Porque el nuestro se recupera de nuevo y no nos hace falta el tuyo.
Brindamos por
tu adiós final, antes de tapiar la última de tus ventanas, desde no
escucharemos más tu cacarear.

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