domingo, 12 de mayo de 2013

A los 30





Varias veces se ha dicho que los que tenemos más de 30 años acá tenemos lo mejor de los dos mundos, del de ahora, inundado en gadgets e información ultrasónica, y de aquella en la que grabar una selección de canciones al romance de la semana implicaba, al menos, una tarde entre la curaduría y el proceso de producción de un cassette, que algunas todavía llaman mix-tape, aunque se trate de un compacto al que le arrastraron más de 40 canciones. A riesgo de sonar pedante, en mis tiempos, un mix-tape de 40 canciones se traducía no en uno, sino en varias cintas, y días sin hacer tarea, ir al cine o tener contacto con el mundo exterior, actividades que también, nosotros lo viejos, aprendimos a hacer como ustedes los más chicos: desde una computadora.

La música es, siempre será si acaso, la manera en que nos acercamos a toda la gente, sobre todo con la que no conocemos pero que nos invade con su contorno porque si algo sabemos hacer mejor que otros es obsesionarnos con lo lejano. Regalar flores es arriesgarse a activar molestas alergias en el objeto de deseo; un libro, quizá un insulto, pues si no lee, creerá que intentamos aleccionarlo, y si lee, pensará que intentamos obligarlo a adquirir gusto por un autor o tema que o ya conoce hasta el hartazgo, o ya sabe que odia. Claro que, no debemos olvidar a los escritores que obsequian una copia de su trabajo publicado sin antes un “hola, ¿cómo estás?”, lo que demuestra que están más seguros que su actitud de rockstar le quitará la ropa interior a quien lee una dedicatoria que se acompaña con el número de habitación  y hotel en que se hospedan.
Así que una canción es más sencilla porque las notas le llegan incluso al más iletrado, al menos cinéfilo, al, de nuevo, más lejano de nuestra órbita. Podremos ser promiscuos y regalarle la misma pieza, una y otra vez, a quien soñamos va a dictar nuestras mareas, aún cuando ni una ola se levante. Y es que, habría que aceptar de una buena vez, nos estamos preparando a tener una melodía más para cuando estemos solos otra vez, y así recordar todo lo que no pudo ser, pues no hay canción más hermosa que aquella que nos dice que tampoco se encontró un compañero.

La culpa es de ellas, las canciones, que nos educaron a querer más a los que ya no están, pues no hay nada más ridículo que bailar de felicidad cuando hay posiblidad de un vals inmóvil, sin los pies de nadie más que interrumpan nuestra cadencia, porque después de los 25 todos tenemos 30…



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