Varias
veces se ha dicho que los que tenemos más de 30 años acá tenemos lo mejor de
los dos mundos, del de ahora, inundado en gadgets e información ultrasónica, y
de aquella en la que grabar una selección de canciones al romance de la semana
implicaba, al menos, una tarde entre la curaduría y el proceso de producción de
un cassette, que algunas todavía llaman mix-tape, aunque se trate de un
compacto al que le arrastraron más de 40 canciones. A riesgo de sonar pedante,
en mis tiempos, un mix-tape de 40 canciones se traducía no en uno, sino en
varias cintas, y días sin hacer tarea, ir al cine o tener contacto con el mundo
exterior, actividades que también, nosotros lo viejos, aprendimos a hacer como
ustedes los más chicos: desde una computadora.
La música es, siempre será si acaso, la manera en que nos
acercamos a toda la gente, sobre todo con la que no conocemos pero que nos
invade con su contorno porque si algo sabemos hacer mejor que otros es
obsesionarnos con lo lejano. Regalar flores es arriesgarse a activar molestas
alergias en el objeto de deseo; un libro, quizá un insulto, pues si no lee,
creerá que intentamos aleccionarlo, y si lee, pensará que intentamos obligarlo
a adquirir gusto por un autor o tema que o ya conoce hasta el hartazgo, o ya
sabe que odia. Claro que, no debemos olvidar a los escritores que obsequian una
copia de su trabajo publicado sin antes un “hola, ¿cómo estás?”, lo que
demuestra que están más seguros que su actitud de rockstar le quitará la ropa
interior a quien lee una dedicatoria que se acompaña con el número de
habitación y hotel en que se hospedan.
Así que una canción es más sencilla porque las notas le
llegan incluso al más iletrado, al menos cinéfilo, al, de nuevo, más lejano de
nuestra órbita. Podremos ser promiscuos y regalarle la misma pieza, una y otra
vez, a quien soñamos va a dictar nuestras mareas, aún cuando ni una ola se
levante. Y es que, habría que aceptar de una buena vez, nos estamos preparando
a tener una melodía más para cuando estemos solos otra vez, y así recordar todo
lo que no pudo ser, pues no hay canción más hermosa que aquella que nos dice
que tampoco se encontró un compañero.
La culpa es de ellas, las canciones, que nos educaron a
querer más a los que ya no están, pues no hay nada más ridículo que bailar de
felicidad cuando hay posiblidad de un vals inmóvil, sin los pies de nadie más
que interrumpan nuestra cadencia, porque después de los 25 todos tenemos 30…
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