miércoles, 10 de abril de 2013

Todas las chicas hermosas




Hay una cualidad más difícil de controlar que cualquier super poder que pudiera adquirirse mediante la mordida de un animal radioactivo. La belleza es una fuerza que, aunque su portador lo deseara, no podría desactivarse como se hace con una sonrisa. Esa al menos se puede contener. Pero el sobrecogimiento que causa algo hermoso es peor que el toque de Midas que convierte en oro un trozo de pan.
Descubrir la belleza puede suceder de dos maneras: al escarbar y conocer de manera profunda un objeto o persona, o a simple vista. Seguro, cualquiera diría que incluso la menos agraciada posee un brillo especial que la convierte en un monumento, mas es difícil negar la desventaja ante la que está en un mundo en el que una persona bonita puede lograr todo con sólo plantarse en una puerta.
No me malentienda. Esto no se trata de un grito de ayuda: no quiero que me diga que yo también podría ser de esa categoría (especialmente porque sé que no lo soy: conozco de qué pierna ranqueo). No se trata tampoco de una vendetta en contra de todas esas chicas que me robaron la atención de un hombre más, indefenso ante su redondeada perfección. Hablo de la forma en que a veces sobrestimamos a una mujer Hermosa simplemente porque lo es, pues suponemos que tiene todo fácil en la vida. Son ellas las que abren las puertas automáticas, que permiten que el sol brille, que los vestidos cortos se vean como fueron concebidos, que valga la pena que una playa tenga sábanas de arena infinita.

Eso no debe ser sencillo.

Ver a la humanidad rendirse a tus pies podría ser una de las sensaciones más terroríficas del mundo. Ahora imagínese lo que es darse cuenta que puede utilizarse a destajo. Que funciona en la escuela, en el supermercado, en medio del tráfico, dentro del autobús más atestado; ante hombres solteros, mujeres defectuosas de su hipotálamo, junto a sacerdotes, niños y hasta ciegos que presienten el débil pero constante terremoto que su osamenta produce. Debe ser aún peor saber que ese poder es imposible de frenar. Que ya no quiere flores, atenciones desmedidas e inmerecidas, que se le tome a menos porque el seso no cuenta, peor, no interesa y que una cara perfecta es suficiente. Aceptar que se gana por genética, no por mérito propio; que ni las gafas grandes, el cabello despeinado, la ropa sucia o la fase en que esté la Luna podrán convertir a esa criatura celestial en el más terrenal de los humanos.
Las chicas bellas no parecen de nuestro barrio. Por eso les negamos alma. Hay quienes se rinden y dicen que aprovecharán este talismán que les pesa en el cuello, a sabiendas que un día habrá de oxidarse y sabrán lo que es ser del montón justo cuando no haya ni músculo ni mente para conseguir siquiera unas migajas.
¿Qué haría yo con todo eso que tienen algunas y que nos fascina tanto? Conseguiría unn tarro de ácido o quizá un cuchillo bien afilado. Algo que quite de los ojos de mi amante que aunque soy un monstruo por dentro soy un lindo camafeo para llevar en la corbata, al menos hasta que las chaparreras o las arrugas me conviertan en una vaca. Veo a las chicas guapas y no me inspiran lástima. Me dan miedo, porque sé que jamás tendré su valentía para caminar a la luz de los otros, sabiéndome deseada por extraños que no sospecharían que soy capaz de destruirles el pasado con apenas un poco de voluntad. Miedo porque mientras me confío por la vida, pensando que no tengo que hacer nada porque de cualquier forma nadie me regalará una mirada, el día en que su hermosura muera, a la que le van a pedir cuentas es a mí, pues de la otra no se esperaba nada.

Excepto seguir siendo bella.

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